No recuerdo bien cómo he llegado hasta aquí. Sólo sé que tengo darme prisa en cambiarme. Hay muchas cosas que preparar; mucho por hacer. Un camarero pasa a mi lado apresuradamente. Intento centrarme, y busco una habitación en la que cambiarme.
Entro en la habitación más cercana. Tiene unas grandes ventanas que permiten que el interior se vea desde la carretera. El día está despejado. Me acerco al cristal para apreciar mejor las vistas. Justo en ese momento aparece en escena un deportivo rojo descapotable: su conductora no me quita ojo. El pañuelo que cubre su pelo canoso ondea al viento. Su vestimenta deportiva no encaja con su mirada penetrante y su serio semblante. En cualquier caso, decido que el baño sería mejor lugar para cambiarme. Entro y reviso la ropa que traigo en mi bolsa: hay un traje elegante, una camisa blanca, unos pantalones de pinza y un chaleco beige. Me decido por la opción más formal: el vestido. En ese momento me doy cuenta de que incluso el baño tiene ventanas que dan a la calle y decido que es mejor buscar otro sitio para cambiarme.
En mi búsqueda del lugar idóneo para llevar a cabo mi tarea me veo en la obligación de cruzar el gran patio central de esta extraña casa. En el patio está el mismo camarero de antes, dando órdenes a varios sobre qué poner en la mesa que acaban de colocar. Al verme observando lo que hacen, se me acerca y me pregunta por qué no me he cambiado aún.
- Ve y cámbiate de una vez. La reina está a punto de llegar y tiene que estar todo listo - me apremia.
¿Reina? ¿Qué reina? Yo no conozco a ninguna reina. Sin embargo, parece que tengo que comer con ella. Tampoco sé si se trata de una cena o de un almuerzo. Aún es de día, pero desconozco la hora.
Paso a la segunda habitación. Esta no tiene ventanas, así que decido cambiarme. Cierro la puerta y, justo cuando voy a cambiarme, aparece el mismo camarero de antes anunciándome que la reina ya ha entrado en la casa y en unos minutos estará en el patio. Me asusto por lo repentino de la entrada del chico. Al moverme, piso el traje que tengo en la mano y pierdo el equilibrio. Siento que me caigo, pero no llego al suelo: un hombre de pelo negro rizado y composición robusta me coge justo a tiempo. No sé quién es, pero por la edad podría ser mi padre. Me sonríe. Su sonrisa me tranquiliza. El tiempo se detiene.
- Será mejor que te pongas la camisa y el chaleco. La cena no va a ser lo bastante formal para llevar ese vestido. Voy a estar fuera si necesitas algo. Cámbiate rápido, ¿vale?
Así que es por la tarde y vamos a cenar. Al menos ya sé algo más que antes. Además, la cena no va a ser demasiado formal. ¿Cómo de informal puede ser una cena con una reina? La cabeza me da vueltas. Aparte de los acontecimientos recientes, lo tengo todo en blanco. Una espera niebla ocupa el lugar de mis recuerdos. Salgo de mis pensamientos e intento darme prisa. Todos parecen apurados, y no debería hacer que esperasen más.
Me pongo los pantalones, la camisa y el chaleco y salgo al patio. La mesa está lista y ahora los camareros esperan pacientemente. Justo a tiempo. Me dirigen hasta el que va a ser mi asiento durante la velada. Espero de pie junto a mi sitio. Mientras, echo un vistazo alrededor y descubro que voy a estar frente al hombre que me ayudó. Es mi día de suerte.
La cena transcurre de forma tranquila. En realidad parece animada, pero yo solo me fijo en mi plato. En segundo plano están las manos de mi vecino de enfrente. Levanto la vista. Parece muy interesado en la conversación que hay en la mesa. Miro a la izquierda y veo, en el puesto que preside, a la señora de atuendo deportivo. Parece ser que es la reina. Esto cada vez carece más de sentido. Termina el banquete, y me doy cuenta de que durante todo el rato solo oía ruido de fondo y veía mi plato.
El suelo está inclinado. Entra agua por todas partes. Alguien tiene sujeta mi mano y corre delante de mí, junto a más gente. Solo puedo ver su pelo negro y rizado.
Ahora estamos solos los dos, en una mesa pequeña, comiendo dulces. Me he perdido todo lo que ha pasado entre la cena y este momento. Dice durante la conversación, que en realidad es un monólogo, que mañana se volverá a su país. Sin entender qué está pasando, algo se rompe en mi interior. No conozco a este hombre de nada, pero pensar que no voy a volver a verlo me duele. Siento que mi vida depende de él.
Estoy en un baño común, al otro lado del patio. Me lavo las manos y, torpe como siempre, empapo la manga de la camisa; una camisa verde, demasiado grande para mí. Puedo oír su voz. Se reproduce en los cascos que llevo puestos y tengo conectados al móvil. Me dice que vaya a su habitación. Cuelgo.
Me dirijo al otro lado del patio, observando atentamente la manga mojada de esa camisa que no es mía. ¿De dónde habrá salido? Me suena de algo... ¡Es la misma camisa que he estado viendo durante toda la cena! Pero, ¿por qué la tengo yo? Y más importante aún, ¿por qué la llevo puesta? Esto es rarísimo. Atravieso la puerta más cercana a la mesa, que aún sigue en el mismo sitio.
Por algún extraño motivo, estoy en una habitación distinta a la de antes. Una chica rubia duerme en una cama. Se despierta y me pide las recetas de la cena. No recuerdo que ella estuviera en la cena. De todas formas, le digo que no las conozco y que tengo prisa. Resulta que sí que puedo hablar. Cruzo la puerta que queda a mi derecha, y me encuentro en una especie de salón. Vuelvo a ir a la derecha, y ya estoy en la habitación que buscaba. Él está ahí.

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