Psicológicamente, agotan. Te avisan como con dos semanas de antelación, y cuando te enteras, son dos semanas de sinvivir. El profesor se cuela en todos los ensayos, se te echa encima, te habla mientras tocas, y tienes que escucharlo para poder hacerle caso. No solamente te tienes que escuchar a ti mismo y al acompañamiento de piano, encima hay que obedecer a los gritos del profesor.
Viendo cómo te sale, se te ocurre pensar "¿Y si la cago en el concierto? Si me equivoco, vale, pero ¿y si meto tanto la pata que no voy a poder engancharme de nuevo a la pieza?¿Y si el pianista no me sigue? ¿Y si...?" Imagínate por un momento tener esa matraquilla en la cabeza durante medio mes. Como para dormir tranquilo.
Puedes relajarte. Puedes salir con confianza de tu casa, sabiendo que has estudiado y que te sale bien, hasta que llegas al lugar y ves a tus compañeros. Los nervios se alimentan unos de otros. Ellos se ponen nerviosos, tú te contagias de esos nervios, ellos se contagian de los tuyos...Lo primero que hace alguien cuando termina de tocar y vuelve con los compañeros, es dejar salir la sonrisa de alivio.
Luego, claro, viene la parte física. Sales de casa casi una hora antes, para llegar al lugar con la media hora de antelación mínima requerida. Cuando llegas, los nervios van en aumento, y lo único que se te ocurre es caminar cual león enjaulado para relajarte. Eso, en el mejor de los casos. Se han dado hasta casos de histeria colectiva, en el que hay cuatro personas hablando muy alteradas y pegando botes. Lo que sea con tal de distraerte.
A todas estas, apenas si has almorzado por miedo a devolverlo. Llega tu turno, te acercas al pianista, le das la partitura, saludas, colocas tus cosas y te dispones a empezar. Hasta ahí, todo estupendo, pero justo en el momento en el que empiezas, justo en el instante en que coges aire y sueltas el primer sonido, cuando ya está todo en marcha y no se puede parar, te sobreviene un temblor incontrolable. Pero incontrolable de verdad. Cualquiera pensaría que eres un móvil recibiendo una llamada. Después, recoger y volver a casa.
Lo auténticamente gracioso es cuando te das cuenta de que todo eso, es para estar un minuto delante de gente que ha ido a ver a sus hijos, y que aplaudirán hagas lo que hagas, porque, al fin y al cabo, estás en la misma situación que sus descendientes.
En otro orden de cosas, hoy fue mi orla. Y no, no fui. Supuso un gran dilema moral para mí, sabiendo que era el mismo día que tenía clase. Sabía que me iba a arrepentir si no iba a la orla, al igual que sabía que me iba a arrepentir de no ir a clase. Al final, me decidí por la clase. Cuando expones el problema, todo el mundo te tacha de antisocial, y recalcan que a clase puedes ir todo el año, mientras que la orla es solo un día. Sí, gente, sí, pero resulta que ya he faltado bastante a clase este año para poder orlarme, y de momento el profesor de esa clase se merece más mi devoción que los que iban a estar en esa orla. Y más aún sabiendo que los profesores que mejor me caen no fueron.
Dije en septiembre que no pensaba ir a la orla, y la gente lo oyó en abril. Se ve que la telefonía va con retraso últimamente. He tratado de no pensar mucho en que he faltado a un acto casi único en mi vida, concentrándome en que he ido a otro. Porque, al fin y al cabo, esa orla no iba a ser más que una inútil competencia para ver quién viste mejor, quién tiene mejor gusto, quién saca mejores notas...Y ni siquiera entregan el diploma auténtico. No, señor. Te entregan un papelito y ya está. Para que te den tu diploma, tienes que esperar mínimo dos años, tiempo suficiente para llegar a la mitad de cualquier carrera.
Sin embargo, sí que he asistido a mis clases, donde, como cada vez que voy, he mejorado un poco. Porque podemos pasarnos seis meses tocando las mismas cuatro cosas, sí, vale. Pero lo hacemos para mejorar. El día que se quede algo sin mejorar, por mínimo que sea, sabré que ya no merece la pena seguir asistiendo a esa clase. Eso sería ir para perder el tiempo.
Una cosa más que hay que aclarar: me siento mucho mejor con mis compañeros de clase, que con los que asistían a la orla. No solo los conozco desde hace menos tiempo, sino que apenas los veo un par de horas semanales, mientras que con los otros comparto seis horas diarias. Pero hay una diferencia: no solamente me hablan, sino que me hacen sentir apreciada. Sin embargo, hay gente de mi clase del instituto con la que, después de nueve meses, aún no he cruzado ni un simple saludo. Ni uno solo. De verdad de la buena, que aunque no me haga gracia haberme perdido mi propia orla, sé que he aprovechado mejor el día, y que me siento mejor haciendo lo que he hecho que si hubiese estado en otro sitio.
P.D.: Así, sin nada que ver y aunque rompa un poco el ambiente {aunque sé que es largo, personalmente me gusta el final, parece que me vino la inspiración}, la hora de la entrada saldrá como las 22:57, pero cuando he terminado el texto en sí mismo, el reloj marcaba las 23:27. Y es media hora en la que lo único que he hecho ha sido redactar, y corregir algunas cosas. Yeah.
La orla que mola es la de final de carrera, esa sí que tiene que saber a gloria. No te vuelvas loca con esta =D
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