lunes, 22 de marzo de 2010

Desidia ortográfica

El descuido en la corrección ortográfica a que nos referimos en el artículo anterior no afecta solo a los escolares en sus privados y nerviosos ejercicios de examen, sino que se manifiesta de modo arrogante en los medios de difusión. Hace algunos meses, la televisión lanzó a las pantallas un aprobechamiento sin el menor rubor.Y los periódicos nos afligen constantemente con errores graves, hasta en los titulares. Un alumno me preguntó hace unos días: << ¿Por qué escribe usted objección con dos ces?>>. Lo había visto en un trabajo mío publicado en un semanario, y la pregunta era casi una venganza contra mi exigencia en ese punto. Le expliqué que era cosa del linotipista, pero ¿se creyó mi justificación?

Hay que buscar el motivo real de la vigente desidia en el difundido convencimiento de que la corrección ortográfica no sirve para nada. [...]

¿No sirve para nada, efectivamente, la ortografía actual, y habría que amoldarla con exactitud a la prosodia? Antes, tendríamos que ponernos de acuerdo sobre qué prosodia adoptar, la de soldado, soldao o sordao, la de llover o yover, la de rezar o resar, la de huele o güele, y me temo que ese acuerdo tardaría mucho en llegar, porque, claro es, en la discusión tendría que llevar una voz muy cantante la mayoría de los hispanohablantes, que no está precisamente en España, y que haría prevalecer sus peculiaridades prosódicas. [...]

Pero hay, además, un obstáculo que se alza como prácticamente insalvable a la hora de pensar una norma ortográfica paralela a una presunta norma fonética, y es el hecho de que cortaríamos con toda nuestra cultura escrita, aun la más próxima a nosotros, la cual adquiriría repentinamente un aire remoto y ajeno. [...]

Pasar de la grafía fonética a la lectura de obras impresas con la tradicional implicaría dar un salto casi tan largo como el que se precisa para enfrentarse con la edición diplomática de un texto medieval. Un salto que las nuevas generaciones mono-gráficas no darían, produciéndose así las ruptura a que aludía antes. Para las actuales solo representaría un susto leer a Machado, por ejemplo, así:

La embidia de la birtúd
izo a Kaín kriminál.
¡Gloria a Kaín! Oy el bízio
es lo que se embidia más.


[...]No pasaríamos del sobresalto, no podríamos proseguir la lectura, pero ¿ocurriría lo mismo con quienes, conocedores de este solo sistema, pasaran a envidia, virtud, vicio, etc.? Tendrían la impresión de penetrar en un periodo arcano, y lo probable es que la continuidad cultural, ya amenazada por otros motivos, recibiera por este la última puntilla. Además, insisto, ¿nos seguirían en este proyecto todos los pueblos que son tan dueños como nosotros del idioma castellano?

Vista desde otra perspectiva, la convención ortográfica es un gran bien, pues constituye uno de los principales factores de unidad de la inmensa masa humana hispanohablante. Mientras fonética, léxico y hasta gramática separan a unos países de otros, a unas clases sociales de otras, la norma escrita es el gran aglutinador del idioma, el que le proporciona su cohesión más firme.

FERNANDO LÁZARO CARRETER
El dardo en la palabra.

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